Miguel de Unamuno. Español sobre todo y ante todo.

Miguel de Unamuno nació en Bilbao el 29 de septiembre de 1864, tercero de seis hijos de una familia burguesa vasca que había hecho fortuna en las Américas. Muy pequeño dos hechos le marcarían su futuro carácter, la muerte de su padre y el sitio de Bilbao durante la tercera guerra carlista. Gracias a su posición pudo trasladarse a Madrid en 1880 para estudiar Filosofía y Letras, doctorándose con la obra titulada “Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca”. Tras varios intentos opositando consiguió plaza de catedrático de Lengua Griega en la Universidad de Salamanca, donde comienza su prolífica obra publicando “En torno al casticismo”, “Paz en la guerra”, “La Esfinge” y “La Venda”.

No hay en Unamuno una línea coherente de pensamiento sino que su obra, al igual que su vida, está marcada por las contradicciones de un hombre que se aferra a una realidad tanto personal como social que ya no existe pero que le gustaría que existiera, lo que a su vez le sume en una profunda crisis religiosa y ética que le hace pasar de Hegel y Marx a Kierkegaard como salida a su cuestión de fe. Otro punto de fuga será la literatura, donde la falta de coherencia y la subjetividad son premiadas frente al academicismo que las censura. Obras como  “Vida de don Quijote y Sancho”, “Mi religión y otros ensayos”, “Soliloquios y conversaciones” o “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos” escritas entre 1905 y 1913, son prueba de ello.

En esta primigenia etapa buscará en la europeización la solución a los muchos males del país, acuñando el concepto de intrahistoria frente al de historia, para contar la realidad fuera de la oficialidad. No obstante una de sus obras más emblemáticas “Vida de don Quijote y Sancho” (1905) en contradicción consigo mismo lo que pretende es una españolización de Europa, además de ser un espléndido ensayo que le permite hablar de la lucha entre la ficción y lo real, la locura y la razón, Quijote y Sancho en un mismo ser, quizá el propio autor. Su amor a lo español y su rechazo de los nacionalismos periféricos es, del mismo modo, uno de los principios que guían el pensamiento del genial escritor vasco: «Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…!»

En el año 1900 consiguió, gracias a su moderno discurso inaugural en la Universidad de Salamanca, ser elegido Rector de la misma, hasta el año 1914. En su residencia rectoral nacerán casi todos sus hijos, a excepción de los dos primeros que lo habían hecho en Bilbao, y también morirá uno, Raimundo. La búsqueda de la ética colectiva frente al ser individual le hace ser uno de los precursores del regeneracionismo español, así como del existencialismo que queda plasmado en obras como “Niebla” donde los personajes se rebelan contra el autor. La conflictividad entre el ser y la sociedad será su obsesión en obras como “Abel Sánchez” (1917) o “Tres novelas ejemplares y un prólogo” (1920), donde se basculan los nexos entre el individuo único y la colectividad, así como el conflicto que emana de la fricción de esos nexos. Libertad, destino, pasión humana, conflicto, realidad y ficción se mezclan en estas obras, cuya mayor virtud es conseguir la coherencia narrativa con todo ello.

En el año 1914 dejó el rectorado (es destituido por razones políticas por Instrucción Pública) y se traslada a una casa de Salamanca, “casa de las muertes”. Sin dejar de ser un intelectual comprometido con la sociedad comienza su etapa más reivindicativa políticamente hablando. Se declara abiertamente en contra de Alemania en la Primera Guerra Mundial, donde junto con Azaña llegó a visitar el frente italiano, para después presentarse como candidato en el Partido Republicano de Vizcaya. En 1920 fue elegido decano de la Facultad de Filosofía y Letras, demostrando que su honestidad estaba fuera de medias tintas, y de altos cargos, mantuvo un abierto conflicto con el rey Alfonso XIII que le costó una condena a prisión por dieciséis años, aunque no llegó a cumplirla porque fue indultado por expreso deseo del rey. En 1921 fue nombrado vicerrector y, como si con cada cargo arreciara su virulencia contra el poder establecido, reinició los ataques al rey y también a Primo de Rivera (quizá para que no se sintiera menospreciado), el cual no se lo tomó tan filosóficamente como Alfonso XIII y ordenó la destitución de Unamuno y su confinamiento y destierro en la canaria isla de Fuerteventura en el año 1924.


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