Silvestre II. El papa del año mil

Durante los tiempos medios encontramos un grupo de pensadores, científicos, monjes e incluso papas que no ocultaron su interés por el mundo de la magia. Uno de los casos más interesantes fue Gerbert d’Aurillac, el papa del año mil, considerado por Jacques Bergier como uno de los hombres más misteriosos de la historia (que no es poco decir). Gerbert, más tarde Silvestre II, nació en la región francesa de Auvernia hacia el año 945, en una pequeña localidad llamada Belliac. Su pasión por lo oculto empezó a vislumbrarse desde su más tierna infancia ya que, siendo solo un niño, no dudó en acercarse a un extraño personaje llamado Andrade, un descendiente de los antiguos druidas celtas que habitaba en una lúgubre cueva donde celebraba enigmáticos rituales y sacrificios a dioses ancestrales de la naturaleza. En una de las visitas, el anciano predijo que su joven acompañante tendría un futuro prometedor y que su nombre sería recordado a lo largo del tiempo. No se equivocó.

Gerbert, desafiando la voluntad paterna, empezó a frecuentar la cueva de Andrade para recibir sus primeras lecciones sobre magia celta y el poder de la naturaleza. Un día, mientras deambulaba por los alrededores de la abadía de Aurillac, convertida en aquel tiempo en escuela, unos monjes le observaron fabricar una especie de tubo realizado en madera con el que poder observar las estrellas. Impresionados, los religiosos convencieron a Gerbert para que ingresase en la escuela de la abadía. Allí, durante los siguientes años, fue instruido en el estudio del Trivium y el Cuadrivium, sentando las bases de una formación académica que resultó fundamental para comprender sus logros posteriores. Para lo que otros habría sido una meta, para el futuro papa esto no fue más que el inicio de una vida sorprendente. Gerbert era un joven apasionado, inteligente y con una desmedida ansia de conocimiento por lo que la abadía se le empezó a quedar pequeña y por eso decidió dar un nuevo rumbo a su vida. Si quería aprender mucho más de lo que le podía ofrecer el Trivium y el Cuadrivium, debía recorrer el mundo. Y esto es precisamente lo que hizo.

Con solo 20 años de edad, el joven Gerbert abandonó su vida anterior e inició un largo viaje por España con la única intención de encontrar nuevos maestros con los que seguir aprendiendo. Este interés por profundizar en lo desconocido le llevó hasta Toledo, un lugar donde el saber tradicional convivía con el conocimiento más heterodoxo, el mundo de la magia y la nigromancia enseñada, en muchas ocasiones, en el interior de oscuras y apartadas grutas subterráneas lejos de la vista de las autoridades. Gerbert pudo ser instruido en una de estas cuevas, ya que según Guillermo de Malmesbury durante los dos años que pasó en nuestro país estudió astrología, el significado del vuelo de las aves, las fórmulas mágicas para invocar a los muertos y, en definitiva, toda una serie de conocimientos que no siempre fueron bien vistos por las autoridades eclesiásticas…

(Fragmento de Eso no estaba en mi libro de historia de la Edad Media (Editorial Almuzara)


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