Olam Habá. El mundo venidero según el judaísmo.

A pesar de que tenemos poca información sobre el mundo del más allá en la tradición judía (al no ser un tema predominante como en otras religiones), la existencia de la otra vida es uno de los pilares sobre los que se sustenta el judaísmo, especialmente postexílico. La muerte se concibe como una separación entre el alma y el cuerpo, y el paso del mundo presente (olam haze) al mundo venidero (olam habá). Según el Talmud, «es mejor una hora de felicidad en el olam habá, que toda la vida en el olam haze». El mundo presente se considera un lugar de tránsito en el que la realidad no es definitiva, sino una apariencia. Este olam haze es, por lo tanto, un lugar de aprendizaje y entrenamiento que sirve de antesala para el que está por venir, el olam habá, totalmente espiritual, independiente de la materia y sujeto a unas leyes que no podemos comprender. Lógicamente, la forma en la que el espíritu del fallecido transita entre ambos planos de la existencia depende del cumplimiento, o no, de los mandamientos. Aquellos que durante su vida física se habían sometido a la Ley de Dios podrían gozar en el más allá de un placer infinito.

En el judaísmo existe un concepto muy ambiguo relacionado con la otra vida: el sheol. En términos generales, el Antiguo Testamento lo define como el lugar en el que morarían las almas rebeldes y la de los muertos en pecado, aunque en las fuentes judías también se utiliza esta palabra para referirse a las sepulturas individuales donde reposaba el cuerpo físico. El concepto también aparece en algunas fuentes del judaísmo mesiánico y en el cristianismo, en este último caso como el enclave de sombras al que estaban destinados los que murieron sin creer en Jesucristo. Por este motivo, a lo largo de los siglos, muchos han considerado, erróneamente, el sheol cristiano con el infierno; según la Enciclopedia Americana (1942, tomo XIV, p. 81):

se ha causado mucha confusión y equivocación debido a que los traductores primitivos de la Biblia persistentemente vertieron con la palabra infierno el vocablo hebreo Sheol y los vocablos griegos Hades y Gehena. El que los traductores de las ediciones revisadas de la Biblia simplemente hayan hecho una transliteración de estas palabras no ha sido suficiente para eliminar de manera notable esta confusión y el concepto falso.

La Enciclopedia Británica define, por otra parte, este concepto de la siguiente forma: «El sheol estaba situado en alguna parte debajo de la tierra. […] La condición de los muertos no era ni de dolor ni de placer. Tampoco se asociaba con el sheol la recompensa para los justos ni el castigo para los inicuos. Lo mismo buenos que malos, tiranos que santos, reyes que huérfanos, israelitas que gentiles, todos dormían juntos sin conciencia los unos de los otros».

Según los Salmos, este no era un lugar abandonado por Dios. En Proverbios se asegura que Yahvé estaba frente al sheol, e incluso Job pide liberarse de su sufrimiento y poder viajar hasta allí para poder encontrarse con su Dios. No parece ser, por tanto, un lugar de castigo eterno; la gehena era un espacio de purificación en el que el pecador debería permanecer en función de sus pecados. La idea de infierno se entiende, en cambio, como un estado de ser distinto al terrenal en el que el espíritu del fallecido conserva el recuerdo y la conciencia de sus malas acciones.

Antes de terminar este apartado, conviene recordar la aparición de un movimiento místico dentro del judaísmo, caracterizado por la búsqueda de un saber secreto y esotérico. Nos referimos a la cábala, un tipo de conocimiento que se desarrolla especialmente a partir del siglo XIII para intentar comprender la naturaleza de Dios y su relación con el mundo. Según los cabalistas, las palabras y los números que aparecen en las Sagradas Escrituras esconden tras de sí un significado profundo, oculto y esotérico. La cábala recibe influencias del gnosticismo (como la creencia en la capacidad de mediación de los ángeles y demiurgos entre el mundo material y el trascendental) y del neoplatonismo (sobre todo cuando asegura que todos los seres creados son emanaciones de Dios). Para el cabalista, el alma humana es preexistente y solo después de una serie de reencarnaciones y una vida marcada por el ascetismo y la penitencia, puede reintegrarse en la fuente divina.


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