El 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas entraron en Auschwitz. Allí se encontraron más de seis mil prisioneros supervivientes, la gran mayoría muy enfermos o moribundos, además de seiscientos cadáveres sin enterrar. Aunque los hornos crematorios llevaban varios días apagados, aún flotaba en el aire el olor a muerte. Los soldados rusos encontraron cientos de miles de trajes de hombre y vestidos de mujer, miles de pares de zapatos y más de siete toneladas de cabello humano. En una carta enviada a su mujer, el soldado soviético Letnikov describe: “¿Puedes imaginar cuántas personas deben haber quemado los alemanes ahí? Al lado de este crematorio destruido, hay huesos, huesos y pilas de zapatos que llegan a varios metros de altura. Hay zapatos de niños en la pila. El horror es total, imposible de describir” Anatoly Shapiro, comandante de batallón de treinta y dos años, fue el primer oficial del ejército soviético que entró en Auschwitz. En una entrevista en el diario New York Daily News, describió lo que vieron en aquel lugar, y agregó: «Si tengo algún mensaje para la siguiente generación sería muy simple: no permitir, ni por un segundo, que lo que ocurrió durante estos años se repita de nuevo». Entre los escasos supervivientes de los campos de exterminio destacamos a un pintor judío, David Olère, cuyos ilustraciones nos permiten comprobar el horror y el sufrimiento de miles de inocentes en este lugar maldito y, al mismo tiempo, nos invitan a recapacitar sobre el peligro que para todos nosotros tiene la imposición del extremismo ideológico frente a la razón y el humanismo.
David Olère nació el 19 de marzo de 1902 en la ciudad de Varsovia, en el seno de una familia judía de clase media. En la capital polaca estudió Bellas Artes y tras terminar su formación, a la edad de 16 años, decidió trasladarse a Danzig y después a Berlín, donde entró en contacto, por primera vez en su vida, con la industria cinematográfica. En 1923 abandonó Alemania y se asentó en París, en el barrio de Montparnasse, y allí empezó a trabajar para varios estudios de cine, como la Paramount, diseñando disfraces y carteles publicitarios. En 1930 contrajo matrimonio con Juliette Ventura, con quien tuvo a su hijo Alexandre, iniciando la etapa más feliz de su vida que se vio truncada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Olère fue reclutado para servir en el regimiento de infantería Lons-le-Saunier, pero en 1943, tres años después de la derrota de Francia, fue arrestado y enviado al campo de Drancy (conocido como “la sala de espera de Auschwitz”) situado a las afueras de París. Tras dos semanas de reclusión, el dos de marzo, fue enviado, junto a otros mil judíos, al lugar más terrible del planeta. Se iniciaba, de este modo, su estancia en un lugar que refleja, a la perfección, hasta dónde puede llegar el ser humano cuando pierde su capacidad de raciocinio para dejarse llevar por el odio y el extremismo ideológico.
El suplicio del pintor judío comenzó antes de llegar a su destino. El viaje en tren hasta Auschwitz duró varios días, durante los cuales Olère y sus compañeros de tan macabra travesía tuvieron que sobrevivir en unos vagones de carga abarrotados de gente, sin comida ni agua. Una vez en el campo, los judíos pasaron un exhaustivo reconocimiento, que solo pudieron superar 119 por ser considerados aptos para el trabajo. El resto tuvo un final mucho más rápido.
Tras ser registrado como prisionero 106.144 de Auschwitz-Birkenau, los oficiales de las SS descubrieron las múltiples virtudes del recién llegado. Olère hablaba varios idiomas y tenía un talento innato para el dibujo, por lo que se le permitió sobrevivir, al menos por un tiempo, pero a un precio espantoso: formar parte de los Sonderkomando de Birkenau, encargados de retirar y cargar los cadáveres en las cámaras de gas y en los crematorios. Durante los siguientes dos años, se sumergió en un mundo de locura, horror y brutalidad, siendo testigo de todas las atrocidades perpetradas por los nazis en el campo de Auschwitz, de infausto recuerdo.
Los campos de concentración se habían empezado a construir en Alemania a partir de 1933, en un principio con el fin de recluir a la población disidente, a las personas consideradas “indeseables”, y muy especialmente a los judíos. A partir del estallido de la II Guerra Mundial, proliferaron en los territorios ocupados, especialmente en la Europa del Este, donde se produjeron los principales acontecimientos bélicos. El campo de Auschwitz fue construido a mediados de 1940 en las inmediaciones de la ciudad polaca de Oświęcim, que pasaría a denominarse Auschwitz con motivo de su ocupación por los nazis. La causa que motivó la construcción del campo fue el exceso de población reclusa polaca en las cárceles, fruto de las detenciones en masa de la policía alemana. Esa es la función que desempeñó durante toda su existencia, sin perjuicio de que, a partir de 1942, se convirtió en el horrendo lugar destinado por antonomasia a la llamada “solución final” al problema judío, es decir, al exterminio que conocemos como Holocausto.
“Los judíos son una raza que debe ser totalmente aniquilada”. Esta frase de Hans Frank, Gobernador General de la Polonia ocupada, describe a la perfección el propósito y la razón de ser de Auschwitz. Allí fueron asesinados un millón cien mil seres humanos, el 90% de ellos judíos, y el resto prisioneros de guerra, comunistas, gitanos, o disidentes del régimen. En realidad el nombre de Auschwitz designaba a un complejo integrado por varios campos de concentración y exterminio: Auschwitz I, la parte más antigua, también denominada Stammlager, fue construido en 1940 sobre una antigua guarnición polaca; Auschwitz II-Birkenau, empezó a construirse en otoño de 1941 en la aldea de Brzezinka, expulsando a sus pobladores del lugar y derribando sus casas, y se dedicó al exterminio masivo mediante cámaras de gas; y Auschwitz III-Monowitz, denominado también Buna, construido en 1942 en Monowice, a 6 km de Oświęcim, como uno de los muchos (casi cincuenta) subcampos dependientes de Auschwitz.
El campo estaba dirigido por miembros de las SS (Schutzstaffeln), fuerza creada inicialmente para proteger los actos del partido nazi, pero que con el tiempo fue asumiendo otras funciones, entre ellas regentar los campos de la muerte. El mando supremo de las SS correspondía a Heinrich Himmler, que había sido nombrado por Hitler en 1929 Reichsführer-SS, y había llevado a este cuerpo, que empezó siendo un batallón de apenas 290 hombres, a convertirse en un cuerpo paramilitar de aproximadamente un millón de fanáticos adoradores del nazismo. Los SS serían los encargados de planificar la tortura y exterminio de los judíos y lo hicieron sin ningún tipo de compasión en una orgía de violencia que aún hoy nos sigue sobrecogiendo. Hasta el verano de 1943, Auschwitz estuvo bajo el mando de Rudolf Höss, sustituido posteriormente por Arthur Liebehenschel y Richard Baer. Höss fue condenado en los Juicios de Nüremberg a muerte por ahorcamiento, condena que sería ejecutada delante del crematorio de Auschwitz. Liebehenschel fue ajusticiado en 1948 tras ser condenado por un tribunal polaco, y Baer consiguió huir, viviendo bajo identidad secreta hasta que fue descubierto y detenido. Se suicidó en prisión en 1963.
Los primeros prisioneros de Auschwitz fueron 30 delincuentes alemanes trasladados desde el campo de Sachsenhausen, así como 728 presos políticos polacos procedentes de la prisión de Tarnow, que llegaron al campo el 14 de junio de 1940. El campo fue construido para llevar a cabo tres cometidos principales: servir de prisión para los enemigos reales o imaginados del régimen nazi, proveer de mano de obra esclava para las empresas alemanas de las SS dedicadas a la construcción y la fabricación de armas, y finalmente servir al objetivo de eliminar población que el régimen consideraba peligrosa para su seguridad. Este último cometido se llevaría a cabo sobre todo a partir de 1942, cuando comenzaron las deportaciones de judíos procedentes de todos los territorios ocupados, que eran transportados en trenes en unas condiciones de hacinamiento realmente atroces. Al llegar, el personal médico hacía una inspección, separando los que estaban en condiciones de trabajar – que eran destinados a trabajos en condiciones de esclavitud hasta la muerte- de los enfermos, desvalidos, mujeres embarazadas o niños, que eran enviados directamente a las cámaras de gas para ser asesinados. Se les llevaba a estas cámaras haciéndoles creer que se trataba de duchas. Sus pertenencias eran inmediatamente confiscadas, clasificadas en un almacén denominado “Kanada” (Canadá) y enviadas a Alemania.
Los que no eran directamente gaseados acababan muriendo de hambre, por agotamiento fruto de los trabajos forzados, en ejecuciones absolutamente arbitrarias, por enfermedades contraídas como consecuencia de las inhumanas condiciones de vida, en torturas y experimentos médicos, o simplemente a causa de la locura por el terror. Las atrocidades cometidas allí por el desgraciadamente famoso Josef Mengele desafían a la razón humana y hacen que se le pueda considerar uno de los mayores asesinos del nazismo y paradigma de la perversión moral y la maldad pura que puede llegar a invadir el corazón del hombre. Fue destinado como médico a Auschwitz en mayo de 1943, y desde el principio aceptó encantado las salvajadas que allí se perpetraban y las asumió como propias, convirtiéndose en la máxima expresión de ellas y símbolo de lo que significó Auschwitz. Encontraba placer seleccionando a los presos que llegaban para enviar a la muerte a los que no eran útiles. Su trabajo en el campo le dio la oportunidad de dar vía libre a la maldad de la que era capaz. Las personas que presentaban alguna discapacidad, que otros enviaban a las cámaras de gas, Mengele las separaba para utilizarlas como conejillos de indias.
A finales de 1944, ante el avance del ejército soviético que acabaría liberando Auschwitz, los criminales que lo regentaban comenzaron a borrar las huellas de los crímenes que allí se cometían. Se derribaron o dinamitaron edificios y se quemaron documentos. Las cámaras de gas fueron destruidas el 24 de noviembre. Los prisioneros que aún eran capaces de caminar fueron evacuados entre el 17 y el 23 de enero de 1945, cuando los soviéticos se encontraban ya cerca de Cracovia. Las SS forzaron a cerca de sesenta mil prisioneros a marchar hacia el oeste; otros miles habían sido ejecutados en los días previos. Durante la marcha, los rezagados o los que no podían continuar eran fusilados en el acto. Se calcula que otras quince mil personas murieron durante estas marchas. Posteriormente fueron subidos en trenes y trasladados a otros campos de concentración en Alemania. Muchos murieron hacinados, de hambre y frío, durante el viaje.
David Olère fue uno de los reclusos que permaneció en Auschwitz hasta enero de 1945. En un primer momento estuvo destinado en el Bunker II y, después, en el Crematorio III, fue obligado a trasladar los cuerpos sin vida de hombres, mujeres y niños hasta las cámaras para convertirlos en cenizas. En alguna ocasión tenía la oportunidad de escapar de este infernal trabajo ya que, cuando los oficiales de la SS lo solicitaban, Olère era forzado a ponerse a su servicio para escribir, ilustrar y decorar las cartas que los diabólicos guardias negros escribían periódicamente a sus familias. Cuando Auschwitz fue evacuado, Olère fue reubicado primero en Mauthausen, después en Melk (trabajó en una galería subterránea) y finalmente en Ebensee, campo liberado por las tropas estadounidenses el 6 de mayo de 1945.
La liberación no trajo consigo el final de su sufrimiento. En Varsovia descubrió que su familia polaca había sido exterminada durante la ocupación nazi por lo que, solo y sin poder reprimir el dolor acumulado en los años anteriores, marchó de nuevo hacia París en busca de su mujer e hijo. Conservamos el testimonio escalofriante de Alexandre Olère cuando vio a su padre ya en junio de 1945: «Poco quedaba de él salvo sus ojos… a pesar de hablar cinco idiomas, no era capaz de encontrar las palabras para describir aquello». Demacrado, ausente, incapaz de olvidar todos los horrores presenciados en las cámaras de gas y crematorios, David trató de reflejar en una serie de ilustraciones sobrecogedoras (unas 70 en total) estas atrocidades que no podía expresar con sus palabras. En su obra, Olère retrató a los nazis como unos monstruos, unos seres desalmados capaces de reventar la cabeza de un bebé judío frente al cuerpo sin vida de su madre. En los rostros de las víctimas se transmiten, en cambio, todos los horrores y las atrocidades padecidas en el campo de exterminio: tenemos a personas maltratadas, cadáveres mutilados, mujeres desnudas y rostros fantasmales.
A día de hoy resulta casi imposible imaginar cuáles fueron los motivos por los que un pueblo “civilizado” como era Alemania a principios del siglo XX, pudo dejarse arrastrar por esta locura y permitir este incomprensible exterminio que provocó la muerte inmisericorde de millones de personas inocentes. David Olère nos mostró, en sus cuadros, la forma en la que eran recibidos los judíos cuando llegaban a Auschwitz, el proceso de selección llevado a cabo por los SS, la muerte en los campos de gas, la aplicación de todo tipo de torturas y la cremación de cadáveres, cuyas cenizas llegaron a cubrir, en muchas ocasiones, los alrededores de este lugar aparentemente olvidado por Dios.
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